Los disparos hicieron temblar la
tierra. Dos hombres encapuchados gatillaron sus fusiles durante cinco minutos dentro
de la redacción del semanario satírico francés Charlie Hebdo y ese tiempo fue
más que suficiente para cometer una masacre. “Allahu akbar" (Alá es el más
grande) gritaron mientras las balas impactaban en los cuerpos de los periodistas
y dibujantes; Y de esta manera, el
miércoles 7 de enero, la tierra francesa
se llenó de sangre en un hecho más que repudiable.
Paradójicamente la revista,
fundada en 1969, en su caricatura semanal se preguntaba: ¿Todavía no hubo
atentados en Francia? En el dibujo, un presunto islamista armado decía:
"Espere. Aún tenemos hasta fin de enero para decir feliz año".
Finalmente, el ataque llegó y arremetió con la vida de 12 personas. Lógicamente, nadie tiene derecho a matar a
otro, esto está por fuera de toda ética y moral humana y es repudiable en su
totalidad, pero ese no es el punto de
discusión. Lo que sí llama la atención es cómo se está utilizando este atentado
para generar terror; un terror que se expanda y garantice la matanza de los
malos del mundo: los musulmanes.
Ahora bien, ¿podrá este atentado
fomentar los sentimientos racistas y xenófobos hacia la comunidad islámica? Lo
que más se teme en Francia, es que el Frente Nacional de Marine Le Pen, partido
político de extrema derecha, utilice a su favor el rencor por lo sucedido y
supere su techo electoral en los próximos comicios. Sería totalmente esperable
que quien comparó la ocupación ilegal de los musulmanes en el territorio
nacional para rezar, con la ocupación de Francia por la Alemania Nazi, enarbole
la bandera del antiislamismo y obtenga un rédito político de esto. Es que
históricamente el autoritarismo y el desprecio a los musulmanes se han llevado
de maravillas.
Casualidad o no, el día anterior
al ataque, el escritor Éric Zemmour había presentado en Bruselas su último
libro titulado “El suicidio francés”,
donde narra los fracasos de la República Francesa en su política de integración
de los musulmanes y observa que Francia se encamina a un modelo
multiculturalista, donde los ciudadanos islámicos emigrados no absorben los
hábitos y criterios de convivencia de la población local. El autor establece
que en la inmigración se están diluyendo los rasgos de la sociedad republicana
y propone modelos autoritarios para resolver esta situación. Esto no dista
mucho de la realidad francesa, donde la islamofobia se extiende a lo largo y lo
ancho de la región, pese a que allí habitan alrededor de seis millones de
musulmanes, lo que convierte al Islam es
la segunda religión del país, después del catolicismo.
La olla a presión se destapó en
Francia, algo que se venía caldeando desde finales de 2005, cuando en los
diferentes suburbios las revueltas de
los hijos de inmigrantes magrebíes coparon las calles. El asesinato de dos jóvenes musulmanes de
origen africano en manos de la policía, dio inicio al conflicto que se
recrudeció con las declaraciones del ministro de Interior Nicolas Sarkozy,
quien llamó a los manifestantes iniciales “escoria”. Ahora, la muerte de 12
personas, se convierte en el combustible capaz de encender la mecha del racismo
y la xenofobia generalizada contra la comunidad islámica; es que el ataque tuvo
dos blancos: los periodistas asesinados y los musulmanes que viven en
occidente.
Operación falsa bandera
El esquema se repite. Al igual que en el atentado a los Torres Gemelas,
ocurrido el 11 de septiembre de 2011, la policía francesa encontró el documento
de identidad de Said Kouachi, uno de los
acusados de atacar el semanario parisino, muy cerca de la sede de Charlie Hebdo
en la misma escena del tiroteo, más precisamente en el auto utilizado en el
ataque. Koauchi había sido igual de “descuidado” que quienes teóricamente
cometieron el ataque en el World Trade Center, cuyos pasaportes aparecieron en
perfecto estado junto a las ruinas de los edificios.
Said Kouachi jamás podrá dar su versión de los hechos, junto a su hermano, Chérif,
también acusado del ataque, fueron asesinados antes de llegar a un
tribunal. En un megamontaje televisivo los supuestos terroristas fueron
depuestos por las fuerzas policiales a menos de un día del atentado. Algo parecido a lo sucedido en Londres
durante el 2005, después del ataque ocurrido en el subte, cuando la policía británica mató de siete
disparos al electricista brasileño Jean-Charles Menezes, al “confundirlo” con
un sospechoso terrorista. Tiempo después se comprobaría que Menezes nada tenía
que ver con lo ocurrido, pero para ese
entonces Menezes ya estaba muerto.
Casualidad o no, los hermanos
Koauchi eran hijos de inmigrantes argelinos y Argelia es una de las heridas
abiertas de la clase política francesa. La guerra de independencia de aquel
país, que hasta 1962 se encontraba bajo dominio francés, duró seis años y acabó con la vida de un
millón y medio de musulmanes árabes y de muchos miles de hombres y mujeres
franceses. La relación franco-argelina
quedó tensa desde aquel entonces, lo que profundizó las rivalidades entre
franceses y musulmanes y dejó una herida a flor de piel dispuesta a salir en
cualquier momento, acentuando el perfil racial contra árabes y africanos.
Además de esto, varias cosas no
cuadran para afirmar que fue un atentado realizado por musulmanes. Como explica
el periodista francés Thierry
Meyssan: “(…) los miembros o
simpatizantes de grupos como la Hermandad Musulmana, al-Qaeda o el Emirato
Islámico no se habrían limitado a matar dibujantes ateos. Habrían comenzado por
destruir los archivos de la publicación en presencia de las víctimas, como lo
han hecho en la totalidad de las acciones que perpetran en el Magreb y el
Levante. Para los yihadistas, lo primero es destruir los objetos que –según
ellos– ofenden a Dios, antes de castigar a los enemigos de Dios”, algo que
no sucedió en el semanario.
Como si fuera poco, tampoco coincide el tipo de vestimenta usada por los
atacantes, más vinculada a un comando militar que a un ataque islámico y además
puede observarse que quienes disparaban sabían hacerlo y lo hacían solo cuando
lo creían necesario, algo que dista mucho de un ataque arrebatado. Finalmente,
para coronar una historia digna de un guión de Hollywood, en la madrugada del
jueves y en condiciones bastante extrañas, se suicidó Helric Fredou, el comisario subdirector de la
Policía judicial de Limoges que trabajaba en el caso.
De esta manera y a través de esta operación, con los supuestos terroristas muertos, como
así también el responsable de la investigación, los Estados Unidos se abren camino y logran sembrar el terror en
Francia, reforzando el odio hacia los musulmanes y su esfera de influencia
dentro de Europa. Otro de los victoriosos resulta Israel, quien había decidido
darle la espalda a Francia después de que esta vote favorablemente en el
Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas (CSNU) a favor del proyecto de la
resolución pro-Palestina, que buscaba acabar con la ocupación israelí antes de
finales de 2017. Incluso más de una teoría vincula al Mossad como el autor del
ataque en venganza ante la actitud francesa.
Pelea de perros
La técnica no es nueva y proviene,
como era de suponerse, del país del
norte, con apoyo estelar del MOSSAD, la CIA y la OTAN, quienes desde el desmembramiento
de Yugoslavia, entre 1991 y 2003, han llevado
adelante la estrategia conocida como “pelea de perros”. Esto no es otra cosa
que enfrentar a los a los mismos habitantes del país en una feroz batalla
cuerpo a cuerpo, para luego bombardearlo, destruirlo y lógicamente, obtener un
beneficio. Probado anteriormente en
Libia e Irak, con el objetivo de alzarse con el oro negro, algo que los
vampiros del planeta codician sedientamente, ahora resulta efectivo en el
corazón de la mismísima Europa.
La batalla contra el “terrorismo”
que viene llevando Francia, bajo las directrices de Estados Unidos, se inició
con Nicolás Sarkozy y se fortaleció con François Hollande. De hecho, el pasado
19 de septiembre, Francia bombardeó Irak
y mató a decenas de yihadistas. De esta manera, el país se convirtió en
el primero en sumarse a la campaña de ataques aéreos contra el Estado Islámico
solicitada por Bagdad e iniciada en agosto de 2014 por Estados Unidos. El
objetivo: detener el avance de los islamistas, que controlan extensas zonas en
territorio iraquí y en la vecina Siria. Los resultados: miles de personas
muertas, la mayoría población civil y
entre ellos niños.
Esta intervención militar no fue
gratuita para Francia, donde la
agrupación Estado Islámico llamó a matar
franceses en cualquier rincón del mundo. Pero la escalada de violencia siguió
creciendo y como si fuera poco, Francia comenzó a liderar en África la lucha
contra el “terrorismo” con tres mil militares desplegados en cinco países del
Sahel y el Sahara. Sangre y balas sobre
la población civil africana fue el esquema que se repitió como una constante.
Ahora, como consecuencia de un
supuesto atentado realizado por fanáticos islámicos toda la comunidad musulmana
corre el riesgo de ser catalogada como terrorista; es que históricamente su
religión ha estado asociada al fanatismo, como si no los hubiera en los otros
cultos, como si no supiéramos el daño que los extremistas católicos han causado
en la humanidad.
Publicado en el N° 3 de Isondú. Enero de 2015
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