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domingo, 28 de marzo de 2010

Policías inacción: ¿Y ahora, quién podrá ayudarnos?


(Por Alberto Pérez*) Son dos palabras que alcanzan para definir el accionar (o desaccionar) de la fuerza de seguridad de la provincia de Buenos Aires.
En las antípodas de la imagen de eficiencia montada especialmente para las cámaras adictas del programa “policías en acción”, la realidad cotidiana muestra “policías inacción”.
Por esto de que “para muestra basta un botón”, una experiencia es suficiente para reflejar la (in)capacidad de nuestros protectores de uniforme azul.
Una experiencia que, si bien está lejos de la realidad verdaderamente grave que le toca vivir a ciudadanos de otros barrios y otras ciudades, está igualmente lejos de las exigencias de ‘inteligencia’ o ‘investigación’ de un caso policial complejo.
La secuencia fue sencilla, y se dio entre las 4.25 y 5.45 de la mañana de este domingo, en un barrio residencial, iluminado, ordenado, de gente de trabajo. ¿Hacen falta más datos? Lo relevante no es el dónde, sino el cómo. ¿Cómo es que la policía no pudo tener la más mínima intervención, pese a cinco llamados al 911 hechos por una persona, y los tantos que deben haber hecho sus vecinos?
Pero para que no queden dudas a la hora de buscar responsables, si es que alguien tiene en mente hacerlo, el episodio se dio en el barrio de Villa Vatteone, en Florencio Varela, jurisdicción de la Comisaría Primera.
Después de venir de doce horas continuas de música a un volumen ensordecedor, que perturbaba a toda la cuadra, los jóvenes (en su mayoría menores), que viven desde hace algunos meses, en una casa
donde consumen alcohol y marihuana en forma sistemática, la emprendieron contra otro grupo que pasaba.
Así se puso en marcha una gresca callejera que incluyó botellas arrojadas de unos a otros, y piedras surcando los aires. Hasta ahora no hubo armas de fuego, aunque sí armas blancas.
Ahora bien, de la gresca poco puede decirse. Y no es lógico entrar en el debate de si las actuales políticas propician o no este tipo de situaciones, porque los nombres en danza para futuros gobernadores o presidentes, están más asociados a la droga en el inconciente colectivo que los actuales.
Pero el debate sí debe pasar por la ineficiencia manifiesta de la Policía de la provincia de Buenos Aires.
¿Y ahora, quién podrá ayudarnos?
Poco después de iniciada la pelea callejera me comuniqué con la línea de emergencias 911. Me atendió una voz femenina, que como en todos los casos posteriores, no me dijo su nombre, ni legajo. Tomó la denuncia y prometió “darle curso”.
Evidentemente, no le dio curso, sino que dio ‘un’ curso. Y un curso largo, porque diez minutos después, durante el segundo llamado, y mientras la batalla campal seguía, la policía no había llegado.
Mientras que las luces se encendían tras cada ventana del barrio, el enfrentamiento seguía. La segunda llamada al 911 la atendió una voz masculina, prometió “darle curso” (se ve que es una frase ensayada previamente). Cinco minutos más tarde, llegó un móvil policial, que pasó raudamente por el frente de los domicilios, pisando los vidrios de las botellas estrelladas contra el piso, pero sin resolver nada, sin advertir la presencia de nadie. Al escuchar la sirena, innecesaria por demás, los peleadores callejeros se habían desbandado.
Pasado este episodio policial, los locales volvieron a tomar la calle, a romper más botellas, a convocar a sus ocasionales rivales que cien metros más adelante les contestaban con más cánticos.
Tercer llamado. Una voz masculina, con evidente malhumor y falta de educación, apenas llegó a tomar los datos de la denuncia, y cortó la comunicación.
Cinco minutos más tarde, con la situación ídem, nueva comunicación. La cuarta. Voz femenina que tras escuchar el relato asegura que “no puede ser”. Aunque no especificaba a lo que se refería, lamentablemente hubo que confirmarle que “todo era” como se lo dije. La policía no había venido tras la segunda convocatoria, los belicosos jóvenes seguían gritando, arrojando piedras y botellas, y ocasionalmente se daban corridas.
La joven telefonista del 911 parece que finalmente admitió como posible lo que antes consideraba como no, porque envió un móvil. Lo singular es que ese móvil policial llegó y se detuvo en una esquina, sobre la calle transversal, a cincuenta metros de los jóvenes sediciosos, y desde allí se quedaron observando… durante 10 minutos!
Quinto y último llamado. Volví a reiterar que mi nombre era Pérez, que soy periodista, y para más datos especializado en policiales, que conozco el funcionamiento del sistema de vigilancia satelital sobre el accionar policial, y que podía confirmarse desde el Ministerio de Seguridad, entonces, que el patrullero estaba detenido.
La telefonista de esta ocasión me dijo que yo, o cualquier otro de los vecinos debíamos ir al móvil. “¿Caminar en medio de las botellas y las piedras que se arrojan, para ir a pedirle que vengan ver lo que están viendo?”, le pregunté, un poco anonadado a la telefonista.
“Sí”, me dijo.
Le expliqué, sabiendo que no serviría de mucho, que hasta donde tenemos la mayoría entendido, la tarea policial debe consistir en que ellos se acerquen al lugar donde ven los incidentes, que deben velar por nuestra seguridad, y varias cosas más. Siquiera me acordé de refrescarle la memoria respecto a que yo pago los salarios de todos ellos con mis impuestos.
Conclusión: los vecinos decidimos salir, pararnos en nuestros portales, y de esa manera los revoltosos locales decidieron aplacar sus ánimos y volver a su propio territorio, es decir, su vereda. Cuarenta y cinco minutos pasamos los de la cuadra asomados a la calle para controlar la situación que la policía miraba desde lejos, con recorridas esporádicas desde las calles transversales, a 50 metros de distancia, de un lado, y 150 metros desde el otro. Y siempre con la sirena encendida, claro. No sea cuestión que sorprendan a alguien de verdad, y tengan que trabajar.

*La veracidad del testimonio del denunciante fue confirmada por operadores de la línea de emergencias 911.
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