(Por Federico Sequeira) Este domingo varios diarios latinoamericanos se hicieron eco de una frase.
Una pequeña frase del presidente de Ecuador, Rafael Correa, en relación con la situación que atraviesa Paraguay, fue suficiente: “Llamé a Fernando Lugo a Paraguay, hay serios problemas en este país. Hay constantes intentos de desestabilizar el gobierno de Fernando Lugo”, dijo durante el Enlace Ciudadano Nº 170, habitual contacto realizado por el primer mandatario ecuatoriano.
¿Qué dijo Correa que no fuera obvio?: Nada. Sin embargo, como en el caso del cantante que confesó su homosexualidad a través de una red social, aquí se viene aplicando la misma lógica hipócrita.
La orientación del cantante era algo que se decía desde hacía décadas, y que nadie ignoraba. Y sin embargo, cuando el propio protagonista lo “blanqueó”, seguidores, amigos, medios de prensa o colegas simularon enterarse por primera vez del asunto.
Con la situación paraguaya pasa algo similar. Hasta ahora, los medios de prensa de ese país venían repitiendo los mismos discursos del oficialismo y de la oposición con respecto al Ejército Paraguayo del Pueblo (EPP), una supuesta agrupación revolucionaria que opera en el norte del país.
Pero basta con conocer un poco el país, y en particular su idiosincrasia, como para percibir –si no, saber con certeza- que el pretendido “brote” revolucionario poco tiene de brote, pero menos de revolucionario.
Paraguay estuvo sometido durante treinta y cinco años a una dictadura sangrienta, la de Alfredo Stroessner, que no sólo en lo político marcó al país, sino también en lo económico.
Aunque parte de la población hoy mira con nostalgia la falsa prosperidad de aquel período, la inmensa mayoría de la población sufrió las penurias económicas generadas por el régimen, que acabó con desarrollo industrial de Paraguay, antes, aún de que este comenzara a gestarse; multiplicó las desigualdades en la distribución de la tierra, y afianzó la imagen de un país donde la falsificación de marcas y productos es moneda corriente.
Sin embargo, minoritarios -en cantidad de episodios y de integrantes de cada uno-, fueron los intentos por terminar con esa dictadura de más de treinta años.
A partir de la década del ’90, se sucedieron una serie de gobiernos, todos del mismo signo político (el partido colorado). El mismo por el cuál el dictador que los había antecedido había llegado a la conducción del destino de todos los paraguayos.
Cada una de las gestiones de los mandatarios democráticos –algunas más, otras menos- se encargaron de no modificar el statu quo paraguayo. Los barrios marginales siguieron proliferando en torno a los barrios ricos de Asunción donde los “arribeños” de cada régimen invertían en mega-emprendimientos inmobiliarios o shoppings. En el interior las calles siguieron y siguen siendo empedradas. Aunque el país comparte con sus vecinos dos de las centrales hidroeléctricas más grandes del mundo y la luz eléctrica abunda en muchas zonas, a pocos kilómetros de la capital del país, los habitantes siguen sacando agua mediante pozos artesianos.
Los paraguayos empezaron a emigrar cuando terminó la Guerra Grande (la Guerra de la Triple Alianza, como se la llama en Argentina), en 1870, y no dejaron de hacerlo. Cuestiones políticas, para unos pocos; cuestiones económicas, para la mayoría.
Se calculaba hasta hace poco que la cantidad de paraguayos viviendo fuera de su país era largamente mayor que la de quienes lo hacían fronteras adentro.
Sin embargo, tras el retorno democrático, y tras sucesos como el “Marzo Paraguayo” (1999), o la posterior experiencia de un presidente colorado y un vicepresidente liberal (el primero no elegido por el voto popular, Luis González Macchi/el segundo Julio César Franco, votado para ocupar el lugar vacante en 2000), entre varios otros episodios menos trascendentes fronteras afuera, nunca hubo un “brote” revolucionario.
El ex obispo que cambió todo
Fernando Lugo era obispo en uno de los distritos del norte del país históricamente más castigados.
Aunque en América Latina la realidad hace que muchos miembros de distintos credos emitan opiniones más políticas que religiosas ante sus fieles, Lugo no era un político, al menos no en el sentido estricto de la palabra.
El reconocimiento que había logrado lo llevó a lanzarse como candidato presidencial, acompañado por el partido Liberal. En abril de 2008 se impuso en los comicios y en agosto de ese año, asumió la presidencia.
Desde el momento mismo en que anunció la posibilidad de postularse a la primera magistratura, Lugo fue objeto de las más singulares campañas de desprestigio, que no se detuvieron, claro, una vez que ocupó la presidencia.

Lejos está de ser un revolucionario en el sentido tradicional, y cualquier observador podría ver que no ha introducido en Paraguay cambios radicales. Sin embargo, el sólo hecho de haber puesto punto final a seis décadas de hegemonía colorada, de haber implantado un modelo un poco más austero, y de haber empezado a poner en marcha algunas tenues modificaciones, fue suficiente para que su figura se convirtiera en el centro de todos los ataques.
El primero de los frentes elegido fue el de la moral, en un país donde el qué-dirán sigue intacto como en tiempos coloniales. Y así se cuestionó la imagen de honestidad que Lugo buscaba ofrecer desde su gobierno, contrastándola con las supuestas paternidades no reconocidas del ex eclesiástico.
Eso no fue suficiente, ante una población paraguaya que había madurado, sin que su dirigencia tradicional lo advirtiera. Entonces, comenzaron a multiplicarse los casos de inseguridad, los crímenes, y los secuestros fugaces, que hasta hoy no se detienen, y que cada vez hacen más pie en ciudades de segundo orden, como una mancha que se expande desde las grandes urbes.
Pero eso tampoco fue suficiente para generar el esperado descontento, entonces, irrumpió en escena el curioso Ejército Paraguayo del Pueblo. Y se lo asoció al importante y prolongado secuestro de un terrateniente.
El diario La Nación (http://www.lanacion.com.py/) publicó este domingo una nota brillante, empezando a desandar el camino de la hipocresía.
En uno de sus pasajes señala: “Toda esta historia empezó hace un año, cuando Carmen Villalba, condenada por secuestro, llamó a una “rueda de prensa” desde el penal del Buen Pastor para reivindicar la existencia de un hasta entonces desconocido “Ejército del Pueblo Paraguayo (EPP)”. (…) Villalba nunca más pudo hablar con periodistas”.
Así queda claro, entonces, el poco claro origen de la organización. Pero si el origen del EPP es incierto, ¿qué podrá decirse de su presente? Así lo planteó el mismo artículo:
“Horqueta es hoy un núcleo urbano que no termina de crecer. Sus calles asfaltadas se mezclan con caminos de tierra colorada que deja su marca indeleble en esas casitas pintadas a la cal. Fuera de los horarios de los noticieros de televisión, los horqueteños no se preocupan mucho por lo que ellos mismos llaman “el mito del EPP”. Con excepción de los noticieros, porque es entonces en donde surge todo tipo de ironías, muy paraguayas, y en guaraní y que hacen alusión un supuesto “EPP’i”: Ejército del Pueblo Paraguayo Invisible. “Los fiscales, los policías, los militares, los estancieros saben en donde está: solo nosotros no les vemos todavía”, dicen en medio de risas. (…) Tantos años de marginación los llevó a tomar la vida con soda, a pesar de ciertos informes periodísticos que los condenan como “la tierra del EPP” o “los cómplices del EPP”, según ciertos cronistas asuncenos”.
En otro de los pasajes, el artículo agregaba:
“El EPP pasó a ser parte del imaginario popular, primero, y luego una especie de mito, como el Pombero, para los norteños: todo el mundo hablaba de los supuestos insurgentes, pero nunca nadie los vio”.
Y más adelante seguía demoliendo las bases del misterioso EPP:
“El pasado miércoles 21 de abril, las radios locales estallaron con una “bomba”: habían asesinado a cuatro hombres en un supuesto enfrentamiento, uno de los cuales era el capataz de la estancia Santa Adelia, propiedad de un empresario brasileño, Jorge Luiz Zannetti, quien vive en el Brasil. La llegada de 3.000 militares a la región solo intensificó los controles ruteros y algunas incursiones en bosques de la zona Norte. “Los únicos que están muy inquietos -decía un comerciante concepcionero- son los narcos, que no podrán moverse, por ahora”.”
“Según Asunción Duarte, ex presidente de la Organización Campesina del Norte (OCN), versiones de vecinos a la estancia de Zannetti sostienen que el ex capataz de Santa Adelia -un brasileño despedido por vínculos con supuestos abigeos- habría sido el autor del cuádruple crimen, en donde también murió un suboficial de la Policía Nacional. En estos casos, ningún dato puede pasarse por alto, pero los investigadores no analizaron esta hipótesis: ellos solo apuntan a un EPP demasiado invisible, hasta ahora. Hoy, lo único que les saca el sueño a los horqueteños es si el “Estado de Excepción” les permitirá festejar su aniversario el próximo lunes 10. Después, duermen tranquilos”.
Yo desestabilizo, tu desestabilizas, nosotros desestabilizamos…
Si están en la mesa todos los ingredientes para cocinar un guiso, difícil sería prepara una pizza con ellos. Y así parecen estar dadas las cosas en Paraguay: todo se orienta a pensar en que el EPP está más cercano a una invención, que a una realidad concreta.
Y por lo tanto, lo mismo sus supuestos vínculos con la FARC colombianas, las abundantes horas de entrenamiento militar de sus integrantes, o el copioso armamento que poseen.
Pero si todo esto fuera así, entonces, la pregunta ineludible sería quién está detrás de los intentos de desestabilización.
A la hora de señalar responsables, podría hablarse de varios grupos en particular, pero no sería descabellado suponer que varios de ellos se hayan dado a la tarea de un trabajo conjunto.
Podría pensarse en la agrupación política desplazada del poder, que mediante el desgaste de la actual administración encontraría un escenario más propicio en la próxima elección, y al mismo tiempo, obligaría a distraer al Gobierno de otros asuntos, llevándolo a ocuparse de guerrilleros fantasma.
También podría pensarse en los aliados del Gobierno, si se tiene en cuenta que Lugo se impuso por su figura misma, aún sin contar con un partido político que se encolumnara detrás suyo. Alguien podría decir que desde el propio seno de su alianza, algunos podrían querer llevarlo a una renuncia que permita que el Partido Liberal se quede con la conducción del país.
Se podría pensar en los sectores que comenzaron a perder participación en los negocios del Estado y de la obra pública, que mantenían hasta la llegada del actual gobierno, mediante prebendas y acuerdos poco claros.
O en los sectores agroganaderos y los grandes terratenientes, que miran con temor el apoyo –aunque tímido- que Lugo le da al campesinado.
Los sectores vinculados a la producción de drogas y el narcotráfico en buena parte del norte del país. Y la lista sigue…
Pero no sólo los desestabilizadores intencionados son un problema para el gobierno de Fernando Lugo hoy. También lo son aquellos que lo hacen involuntariamente. Y estas son las agrupaciones que reclaman que se produzcan en apenas meses, o en un par de años, los cambios que no se dieron en varias décadas.
De esa misma impaciencia se arrepintieron dirigentes de la agrupación revolucionaria de Chile, el MIR, tras el derrocamiento de Salvador Allende con el golpe militar de Augusto Pinochet, reflexionando que su intransigencia y su urgencia, habían sido funcionales a los intereses de la derecha, las transnacionales, y los grandes grupos económicos.
Pero volviendo al caso paraguayo, aunque hubiera sido necesario que se pronunciara un par latinoamericano como el presidente de Ecuador para empezar a demoler las hipocresías, siempre es positivo para la salud de un país y su democracia, que comience a hablarse abiertamente de lo que pasa.
Fuentes propias y diarios La Nación (Paraguay) y El Telégrafo (Ecuador)
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