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viernes, 27 de agosto de 2010

Campanita para los leprosos: la estigmatización desde los medios


(Por FS) En un espacio de debate más o menos interno que tenemos los periodistas argentinos, y del que formo parte, se dio este jueves 26 de agosto una polémica en torno a una encuesta que indicaba que los comunicadores habíamos caído en la escala de credibilidad.
La primera reacción de muchos, tras conocerse los datos de la encuesta realizada por Römer & Asociados, fue la de cuestionar la transparencia del trabajo, antes que hacer un autoexamen de conciencia para ver cómo estamos haciendo las cosas, y si existe la posibilidad de que estemos equivocando (mucho o poco, según cada uno) el rumbo, como para que los resultados sean el reflejo de lo que realmente se piensa del periodismo, en general (porque además, la encuesta no entraba en detalles con nombres de periodistas o de medios).
En un acto de_ ¿arrogancia?... era la encuesta la que estaba mal. O incluso, podía estar pagada para fragmentar (¿fragmentar qué? ¿una actitud corporativa nada saludable?) al periodismo argentino.
El debate siguió y se enriqueció en el ámbito de este foro de discusión. Pero lo verdaderamente singular, y que me llevó a mencionar esto como introducción al tema de esta columna, es que en la misma jornada asistimos a un claro ejemplo de por qué los periodistas y los medios, podemos caer en desgracia a los ojos/oídos de nuestros televidentes/oyentes/lectores.
En el noticiero de canal 11 (Telefé) de argentina, horario vespertino, del mismo jueves 26 del debate, un especialista analizó una entrevista al joven de 18 años sindicado como el autor del disparo a Carolina Píparo.
Píparo, vale recordar, estaba embaraza casi a término cuando fue baleada el 29 de julio último tras retirar dinero de una sucursal bancaria, en la ciudad de La Plata. Pese a que pasaron varias semanas del hecho, sigue internada, mientras que su hijo, que pudo ser traído al mundo, murió al cabo de una semana.
El hecho es repudiable como todo delito, y nadie puede saber de antemano cómo reaccionaría de estar en una situación remotamente similar. Pero entre las víctimas, o sus familias y entornos, y los medios de comunicación, hay una amplia distancia.
Vivir en un sistema democrático (ya que tanto nos laceran los abusos de las "dictaduras" chapistas o castristas), implica aceptar la existencia de reglas de convivencia que nos igualan (deberían hacerlo) a todos.
Por lo tanto, el primer punto era que el acusado de haber disparado a Carolina Píparo, desatando todo lo que ya conocemos, debe presumirse inocente hasta tanto sea juzgado y su condena quede efectiva. Y si bien cabe admitir que las familias de esa, o de otras víctimas, omitan eso, no es tolerable que lo hagan los medios de comunicación.
Pero lo verdaderamente vergonzante fue la clara estigmatización que se hizo del joven de 18 años, que permanece alojado en la Unidad Penal Nº 9 de La Plata, y cuya personalidad fue "analizada" por un especialista en el piso del noticiero que vio la entrevista al joven por video, vio al joven de espaldas, y analizó una carta de no más de 30 palabras que éste le escribió a su presunta víctima. Pero con esos datos ya pudo asegurar que "estamos ante un psicópata".
No digamos que la escandalizada fue mi esposa, psicóloga de profesión, y que contaba con más elementos para evaluar el acertado (o no) desempeño del profesional convocado por Canal 11. El escandalizado fui yo, como comunicador, al ver las cosas que se plantearon en esa nota.
En primer lugar, el periodista que hizo la entrevista en la cárcel dijo que el proceso de producción y realización de la nota demandó dos horas, en las no habló con el detenido, excepto lo justamente necesario para interrogarlo. Primer paso de la estigmatización, al que se sumaron varias consideraciones (que debe hacer un profesional, no un periodista) sobre las actitudes del detenido.
Después, el entrevistador, como los dos conductores del noticiero, se encargaron de destacar que "cuando habló de la (supuesta) víctima no se quebró. Se quebró y lloró cando habló de su familia". Lo cual, además, no era tan claro.
A eso se sumó le profesional, que lo fue analizando sin haber estado con el detenido cara a cara, viéndolo hablar de espaldas y en una entrevista editada.
Hasta ahí, podía decirse, habíamos llegado al borde del barranco. Pero entonces llegó la carta escrita por el joven de 18 años recluido, y donde se dirigía a Carolina Píparo.
El profesional de la psiquiatría dijo: "escribe en imprenta, porque seguramente no sabe hacerlo en manuscrito, lo que revela un bajo grado de instrucción". Y, "además, hay graves errores de ortografía".
La estigmatización fue tan atroz, que hasta la propia conductora del noticiero reaccionó, y le dijo al "profesional" que la pobreza no incrimina.
El profesional siguió su descarnada estigmatización: "abrevia las palabras, algo que tiene que ver con las generaciones que usan el celular para comunicarse, porque es la forma en que se escriben los mensajes de texto".
Esas "abreviaturas" eran una "q'". O sea, q' en lugar de que. Y era la única. Pero además, esas (y otras más burdas) abreviaturas las hacía yo mismo en la secundaria antes de que se inventara el celular, y antes las habían hecho mis padres, al tomar apuntes también.
Pero, retomando. ¿Usar abreviaturas determina un perfil psicopático? ¿O el psicópata es el que manda sms? (Por suerte no me gusta usar celular).
La lista de diagnósticos del profesional de Canal 11 siguió, pero alcanzan estos ejemplos para los fines de esta columna, porque en realidad, no hay mucho que agregar cuando por medios tan arteros se intenta sumar puntos de audiencia.
Aún siendo el autor del disparo de que se lo acusa (y que primero deberá demostrarse), el joven de 18 años es "inocente hasta que, justamente, se demuestre lo contrario". Presunción de inocencia, que le dicen, y que no hace falta ser abogado para conocerlo.
Pero aún buscando ese camino para ganar público el noticiero, no pueden prestarse profesionales médicos, psiquiatras, o forenses (el caso Pomar fue ejemplo), a hacer análisis apurados y por telecomando, a enormes distancias de sus objetos y personas de estudio.
Y, finalmente, dos palabras que dijo el acusado "droga" y "juntas" (en referencia a su grupo de pertenencia), sólo sirvieron para levantar el dedo acusador. Pero sólo una vez.
Jamás pasó por la mesa de debate compuesta por un psiquiatra y tres periodistas, enfocar la discusión, por ejemplo, hacia la realidad en que se crió el acusado, a la necesidad de crear estrategias para que los jóvenes no sean víctimas de entornos perjudiciales o del contacto con las drogas, no se habló de la educación como herramienta para revertir la realidad actual, sino de su ausencia como determinante de un desequilibrio.
Si nos lavamos la cara con agua podría, después no podemos pretender oler a agua de rosas.
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