La oficialización del fin de la ocupación
de casi nueve años de Irak pasó prácticamente desapercibida en Estados Unidos. Apenas
mereció una ceremonia en Bagdad presidida por el secretario de Defensa del país
invasor, Leon Panetta.
El acto del el jueves 15 en Bagdad había
sido precedido tres días antes por la reunión en Washington del presidente
Barack Obama con el primer ministro de Irak, Nouri al-Maliki, para discutir la
futura relación estratégica entre ambos países. Tampoco nadie le prestó
atención a ese encuentro.
Esta sorprendente falta de interés puede
explicarse con la distracción que implica la temporada de vacaciones de fin de
año, la campaña electoral por la Presidencia o la mala salud de las economías
de Estados Unidos y de Europa.
Pero también puede deberse a que la
población es demasiado consciente de que, pese a que los últimos 4.000 soldados
que aún quedan en Irak volverán en los próximos 10 días, todavía hay más de
90.000 apostados en Afganistán.
En el imaginario colectivo, esa situación
no difiere de la de Irak, particularmente porque las tropas fueron enviadas a
ambos países por el entonces presidente George W. Bush (2001-2009) como parte
de una misma “guerra mundial contra el terrorismo”.
O quizás los estadounidenses simplemente se
olviden de esto como si hubiera sido un mal sueño, lo que el extitular de la
Agencia de Seguridad Nacional, el hoy fallecido teniente general William Odom,
llamó en 2005 “el mayor desastre estratégico en la historia de Estados Unidos”.
Y la opinión pública se revirtió
Pocos días después de la invasión a Irak,
el 20 de marzo de 2003, alrededor de 70 por ciento de los encuestados en
Estados Unidos se manifestaron a favor, frente a solo 25 por ciento que opinó
lo contrario.
Casi nueve años después, esos números
prácticamente se dieron vuelta. En una consulta realizada en noviembre por la
cadena estadounidense de noticias por televisión CNN respondieron en 68 por
ciento de los casos que estaba en contra de la guerra en Irak, mientras que
apenas 29 por ciento dijeron estar a favor.
También 67 por ciento de los encuestados
por la CBS News en igual fecha contestaron que la invasión a Irak “no valió la
pérdida de vidas estadounidenses y otros costos” en los que se incurrió.
Apenas 24 por ciento discreparon. Esto
constituye un elocuente testimonio de la profunda desilusión que sienten la
mayoría de los ciudadanos respecto de una guerra cuyos costos no anticiparon
sus iniciadores.
Y es que del lado estadounidense, también
los costos fueron grandes: casi 4.500 soldados muertos y decenas de miles de
heridos. Entre estos últimos se cuentan los afectados por severas lesiones
cerebrales y estrés post-traumático, que acosan y lisian a sus víctimas por el
resto de sus vidas.
El precio oficial de la guerra, de
alrededor de un billón de dólares, ignora sin embargo los gastos indirectos,
muy superiores.
El premio Nobel de Economía Joseph Stiglitz
estimó los costos totales de la guerra de Irak sobre la economía de Estados
Unidos, incluyendo los que requiere la atención a la salud de los veteranos, en
más de tres billones de dólares, suma significativa dado la crisis que afronta
el país desde fines de 2008.
Como si todo esto fuera poco, Estados Unidos
sufrió una inconmensurable pérdida de credibilidad en el plano internacional.
Es que quedaron demostradas que eran infundadas las justificaciones para ir a
la guerra, como los presuntos vínculos de Saddam Hussein (1979-2003) con la red
extremista Al Qaeda, la existencia de armas de destrucción masiva y el
desarrollo de armas nucleares. Nada de eso era cierto.
Además, la maquinaria bélica más
sofisticada y poderosa de la historia no logró eliminar a una variedad de
insurgencias, incluida la aparición en ese país después de la invasión de
células de Al Qaeda, precisamente.
Mayores pérdidas para los irakíes
Por supuesto, las pérdidas materiales de
Estados Unidos empalidecen si se las compara con las de Irak, en vidas humanas
y en cuestiones materiales. Se calcula que murieron por causa de la guerra más
de 100.000 habitantes de ese país y otros tantos, incluidos cientos de miles de
niñas y niños, resultaron heridos o traumatizados por sus experiencias.
Los costos sociales tampoco pueden
ignorarse. La Organización de las Naciones Unidas estimó la cantidad de
personas que huyeron de sus hogares desde la invasión en casi cinco millones,
que se dividen en partes prácticamente iguales entre desplazados dentro de Irak
y refugiados que lograron cruzar la frontera. Entre estos últimos figura buena
parte de la comunidad cristiana.
Además, los vestigios de la violencia sectaria
entre las milicias y fuerzas gubernamentales lideradas por los chiitas y sus
rivales sunitas, así como las tensiones irresueltas entre la población kurda
del norte y los árabes en torno a los reclamos territoriales en Kirkuk y sus
alrededores no solo han reconfigurado la demografía y la política del país.
También están ampliamente sin resolver y,
por lo tanto, son potenciales fuentes de futuros conflictos, incluso de una
guerra civil.
Futuro incierto
En lo que parecen coincidir las pocas
evaluaciones de la situación en Irak durante este periodo de despedida es en
que las tensiones sectarias están nuevamente en aumento, especialmente tras las
redadas de líderes sunitas asociados con el movimiento de “despertar”
respaldado por Estados Unidos.
La evidente fragilidad de la paz tanto en
el frente chiita-sunita como en el kurdo-árabe y la posibilidad de una renovada
guerra civil –o de una potenciada influencia iraní- está en el centro de las
críticas a la decisión de Obama de retirar todas sus fuerzas de combate para
fines de este mes.
El escepticismo sobre la futura estabilidad
de Irak es muy alto, según una encuesta divulgada esta semana por NBC News y el
diario The Wall Street Journal. La mayoría de los consultados dijeron que, tras
la retirada de las fueras estadounidenses, una guerra civil generalizada era o
bien “muy probable” (21 por ciento) o “probable en cierto grado” (39 por
ciento).
Una mayoría similar calificó las
posibilidades de que Irak logre una “democracia estable” como “en cierto modo
improbable” (32 por ciento) o “muy improbable” (28 por ciento).
No obstante, los mismos encuestadores
concluyeron el mes pasado que 71 por ciento de los consultados creían que la
decisión de Obama de retirar todos sus efectivos de combate ahora era la
decisión correcta. Solamente 24 por ciento de ellos discreparon.
Parece ser que los estadounidenses se
hartaron de la guerra… pero solo en Irak.
De Periodismo Humano (www.periodismohumano.com)
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