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sábado, 6 de agosto de 2011

66 años atrás caía la bomba atómica sobre Hiroshima



El minuto de silencio ritual con que los japoneses recuerdan la hora exacta de la caída de la primera bomba atómica lanzada sobre población civil (las 8.15 de la mañana), se cumplió hoy, 66 años después que la aviación de los Estados Unidos materializara la decisión que en un soplo de fuego mató a más de 140.000 personas.

Dos días después fue el turno de Nagasaki; 70.000 muertos en el acto y diversas secuelas sirvieron para justificar el fin de la segunda guerra mundial, y para encubrir la disuasión de la que fue objeto Josef Stalin, que avanzaba hacia Japón por el norte.

La guerra estaba ganada, pero la masacre produjo la rendición incondicional de los nipones (y la retirada de los soviéticos). Sin embargo, aunque la misión se cumplió con "éxito", los efectos en la cultura -y en los cuerpos- todavía se hacen sentir.

Dos libros clave vuelven a las librerías: "Hiroshima", de John Hershey, una crónica extraordinaria escrita por un reportero de la revista New Yorker, que llegó a Hiroshima un mes después de la explosión ordenada por el presidente norteamericano Harry Truman y coordinada por su hombre fuerte, Robert McNamara.

Y el otro, "El piloto de Hiroshima: más allá de los límites de la conciencia", el epistolario entre Claude Eatherly y el filósofo alemán Gunther Anders, esposo de Hannah Arendt, la amante de Martin Heidegger y autora de "Eichmann en Jerusalén".

Extraña combinación: Anders cruzó 71 misivas con Eatherly, el único de los pilotos que se desestabilizó al regresar a los Estados Unidos, y por lo cual estuvo 30 años preso.

El pensador teutón es una de las referencias sobre los efectos colaterales de la ciencia aplicada, y tuvo a su cargo el cuidado de Eatherly, sin mayor éxito. Sus escritos, como los del novelista y Premio Nobel Kenzaburo Oe, no han dejado de leerse y traducirse.

En esos escritos, donde la nostalgia por un edén terrenal está completamente ausente, el hombre piensa si es posible un uso pacífico de la energía nuclear, pero sus conclusiones son más bien desoladoras: la idea de extensión u obsolescencia de la especie humana sobrevuela sus meditaciones.

Eatherly, entretanto, que tenía 30 años el 6 de agosto de 1945, pasó poco más de 29 en una suerte de reformatorio-prisión donde falleció a los 60 años, sin poder sacar de su cabeza las imágenes de los espectros que se derretían en las ciudades japonesas.

Sus compañeros de aventura, en cambio, sólo hablaron de cumplir órdenes.

El piloto de Hiroshima representó -tal vez sin quererlo- el malestar con una cultura criminal que no impidió el crecimiento de la investigación nuclear, y que este mismo año, en Japón, se cobró su libra de carne cuando un terremoto destrozó una central nuclear en el norte del país, el accidente más grave después de la catástrofe de Chernobil, en la ex URSS.



De agencia Télam, Argentina (www.telam.com.ar)

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