Por Luciana Rodriguez Sacco. - El
24 de noviembre de 1976 “La casa de los conejos”, en la ciudad de La Plata, estalló
por los aires. La dictadura cívico-militar había bombardeado durante tres horas
el lugar terminando con la vida de cinco personas, entre quienes estaba Diana E. Teruggi, nuera de
Chicha Mariani, una de las fundadoras de Abuelas de Plaza de Mayo. Ese día
también secuestraron a su nieta Clara Anahí, de tres meses de edad, la que
incansablemente continúa buscando a sus 91 años.
El teléfono
sonó, era una antigua amiga del Liceo Victor Mercante donde Chicha había sido
profesora, casi susurrando le dijo que tenía noticias, le pasó una dirección y
colgó; no eran tiempos para andar manteniendo largas charlas telefónicas y
mucho menos de esta índole. Chicha fue hacia allá, no tenía mucho que perder:
su nuera estaba muerta, su hijo era perseguido por lo militares y creía que su
nieta también había sido asesinada en aquel ataque; allí se enteraría que no,
que Clara Anahí había sobrevivido gracias a que su mamá la había puesto en la
bañadera y cubierto con colchones. “Ahí me volvió el
alma al cuerpo y ahí empecé a buscarla”,
cuenta Chicha, quien ya lleva 38 años haciéndolo.
Al poco tiempo
de esa esperanzadora noticia llegaría otro cimbronazo a su vida: el 1 de agosto
de 1977 asesinaron a su hijo y papá de Clara Anahí, Daniel E. Mariani. El día
del ataque a la casa él se había salvado por una simple casualidad del destino:
estaba trabajando en la Capital Federal. Junto con Diana y otros cuatro compañeros,
que murieron en el bombardeo a la casa, tenía una imprenta clandestina en la
parte trasera de la misma donde imprimían el periódico “Evita Montonera”, uno
de los primeros en denunciar la desaparición forzada de personas. La fachada de
que allí funcionaba un criadero de conejos duraría poco y el periódico se
convertiría en su sentencia de muerte.
Chicha
todavía recuerda como fueron los inicios de la búsqueda, sin su nuera, sin su
hijo y con su marido viviendo en Italia: “Fue
buscar una aguja en un pajar, sin tener datos, con mentiras por todos
lados. Fue un infierno, yo no sé cómo mi
cerebro resistió sin volverme loca durante tantos años”, cuenta
pausadamente. Así, buscándola sola estuvo casi dos años, ni si quiera se había
enterado de la existencia de Madres de Plaza de Mayo, estaba tan enfocada en la
búsqueda de Clara Anahí que no había tiempo ni para mirar al costado. “Un día alguien me sugirió que vaya al
Juzgado de Menores, entonces fui y conté lo que me pasaba. Ahí me dijeron que
había otra señora que iba allí buscando su nieta”, esa mujer era Alicia
Zubasnabar De la Cuadra más conocida
como Licha, con quien fundaría Abuelas de Plaza de Mayo.
“Empezamos a tramar todo lo que podíamos
hacer, ni comimos, ni supimos más del mundo. Quedamos que íbamos a ir a Plaza
de Mayo, pero en realidad fuimos a la Plaza San Martín porque venía un enviado
de Cyrus Vance por parte de Jimmy Carter, porque estaban preocupados por lo que
pasaba acá con los desaparecidos. Allí iba a poner una ofrenda a San Martín y
nosotras podíamos llevar testimonios sobre la desaparición de nuestros hijos y
nietos”, cuenta sobre el primer acto en el que participó junto con otras
abuelas, con quien pronto se pondrían de acuerdo para encontrarse a escondidas
en alguna casa y comenzar a trabajar por la recuperación de sus nietos.
En
un principio se llamaron Abuelas Argentinas con Nietitos Desaparecidos, pero
como la gente les decía Abuelas de Plaza
de Mayo, decidieron adoptar ese nombre. “Las
Madres nos dijeron de unirnos, pero dijimos que no porque era distinta la
búsqueda. Nosotros teníamos que trabajar con la justicia, estar en contacto con
jueces, y no nos podíamos quedar a reclamar porque no íbamos a encontrar a
nadie. Lo entendieron pero tomamos el nombre, porque todos nos decían así. Ahí
empezamos, crecimos, se hizo una entidad muy respetable, ajena totalmente a la
política, fue el 21 de noviembre del 77”, recuerda Chicha quien hoy está
apartada completamente de la institución de la que Licha y ella fueron las
primeras presidentas.
Hace
poco, el 22 de agosto de este año, recuperó su identidad Ana Libertad, quien
voluntariamente llamó a Abuelas para hacerse los análisis. Ella es la nieta secuestrada
de Licha, pero lamentablemente no pudo abrazarse con su abuela, ya que Alicia De
la Cuadra murió en 2008. Chicha a sus 91 años solo sueña con abrazar a Clara
Anahí a quien recuerda como una bebé con unas “enormes ganas de vivir. Saltaba, jugaba, lloraba, se reía, siempre
estaba vivaz. Perseguía todo lo que
tenía anteojos, pensando que era el padre. Veía unos anteojos y creía que era
el padre, nos reíamos mucho con eso”.
Inmediatamente
ese recuerdo trae otro no tan feliz, es que Chicha no puede olvidarse de aquel
24 de noviembre al que ella misma define como “una herida viva que te sigue hasta la muerte” porque “lo pensás de día de noche, lo sentís en
todo momento. Podés distraerte un minuto, pero siempre está con vos. Esa es la
mayor crueldad que tuvieron estos militares y esta dictadura. Tramaron bien las
cosas, mataron una juventud valiosa, quisieron destruir la memoria, pero no lo
lograron; y a las madres y a las abuelas
nos condenaron a no saber”. Pero ella no se rindió, decidió buscar la
verdad y recabando testimonios se
enteraría que a su nieta la habían sacado por la puerta del garaje, con la mano
lastimada y envuelta en una manta fucsia con bordados verdes. Por eso hoy, lo
primero que mira Chicha cuando alguna mujer llega creyendo ser su nieta es su
mano.
“Acá han venido 20 o más chicas, pensando que
son Clara Anahí. Pobrecitas algunas se llevan un disgusto muy grande cuando
sale que no y yo tengo que tragarme esa tremenda pena”, describe con
angustia. Chicha ya no ve muy bien, así que a contraluz trata de mirar los
rostros, sentir las orejas porque la de ella y las de Clara Anahí eran muy
parecidas, como así también alguna cicatriz en la vacuna, porque quince días
antes de desaparecer, Chicha la baño y le rozó con la toalla la vacuna, de lo
que piensa debe haber quedado alguna marca.
“Ellas tienen mucha confianza en lo que están contando, pero yo pongo paños fríos con la experiencia que tengo, porque es muy duro el golpe”, explica Chicha tratando de ocultar una ansiedad desbordante. Es que ella lo único que quiere es no morirse sin abrazar a su nieta.
Publicada en Isondú Diciembre.
No hay comentarios:
Publicar un comentario